«Tiempo de Silencio» en el Gijón
«Nada, que le tiraba. Madrid tira mucho. Hasta a los que no son de aquí. Yo lo soy, nacido en Madrid.»
— Luis Martín-Santos, «Tiempo de Silencio».
El Café Gijón es hasta barato (3,70 € un espresso con leche en mesa, más la propina) teniendo en cuenta lo cargado que está el lugar de significados y lo electrizante que es leer allí ciertos libros. Hoy he salido del metro en Banco de España y he subido por el Paseo de Recoletos. He llegado pronto, había muy poca gente, y he elegido una mesa bajo el espejo enorme. Me he encaramado en el plástico rojo de ese asiento corrido tan acolchado, espalda contra la pared, y he amortizado el desembolso alargando mi café y disfrutando del ambiente mientras el lugar se iba llenando poco a poco. Será la sugestión del lugar y del precio, pero juraría que el café estaba especialmente rico.
He alternado lectura con contemplación (no interior, sino de la otra). Los camareros van todos de uniforme blanco, excepto el señor orondo que maneja el comandero, que va de negro y con corbata. A mi alrededor, intentaba detectar indicios en los parroquianos. Un señor que estaba solo, como yo, abrió su moleskine nada más llegar y escribía a ratos. Un viejo, al que el jefe de camareros saludó con complicidad, y que por su edad debió ser coetáneo de los del 98 por lo menos, parecía dibujar bocetos en su libreta hasta que llegó su amigo un buen rato más tarde. Un hombre cerca de mí explicaba a otros dos la situación de las licencias de televisión privadas, comparaba con otros países y desentrañaba los intereses políticos detrás de ese negocio.