Los mejores contra los ganadores
O de quién ganó en realidad el debate sobre el estado de la nación
Vaya por delante que nunca he entendido por qué evaluamos los debates políticos de todo pelaje en términos de «ganadores» y «perdedores». La teoría dice que el trabajo de los políticos profesionales —de todos ellos— es en favor del país, de la región, del municipio; no en contra de otros colegas, también trabajadores de la política. Si se probase que un diputado emplea su jornada laboral en minar el trabajo de otro diputado (insisto: un «compañero de trabajo» en toda regla, incluso si milita en un partido contrario) o en debilitar a su equipo, tendríamos causa suficiente para un despido procedente, ¿verdad? Asumiendo la simplificación maniquea de «ganador» y «perdedor» nos estamos rindiendo al cinismo de la política real, la que tocamos todos los días. Los únicos resultados legítimos, representativos y vinculantes que puede exhibir un partido político para respaldar sus posiciones son votos en elecciones, referenda, etc. Defender la validez de unas ideas basándose en la «popularidad» (vaya métrica frívola para una discusión política) o en la «valoración» de los espectadores/oyentes tras un acontecimiento político concreto tiene la misma profundidad que llamar a los espectadores al cine a ver una película usando como señuelo la cantidad de gente que ya ha pasado por la taquilla: argumentum ad populum de manual. Dicho esto, me han llamado la atención los resultados de la encuesta que el CIS hizo acerca del reciente debate sobre el estado de la nación. De los muchos sondeos y estudios posteriores al debate, supongo que si a alguno se le puede suponer cierta objetividad es a este. Adivinen qué parlamentario se coloca en cabeza en cuanto a valoración media de los espectadores/oyentes que siguieron el debate. Cada barra es un representante parlamentario; la pregunta fue «¿cómo le parecieron las intervenciones a lo largo del debate de…?»; la gráfica de arriba representa respuestas «muy bien»; las de abajo, de izquierda a derecha: «bastante bien», «bastante mal», «muy mal».
La primera gráfica es bastante elocuente. Sin embargo, y en justicia, no
podemos concluir que Rosa Díez fuera la ganadora que tuvo las
mejores intervenciones del debate, porque las opciones que los
entrevistadores ofrecieron para la pregunta son discretas y
cualitativas. Además, de las 1518 entrevistas que constituyen la
muestra, solo se le hizo esta pregunta a las 973 personas (64% del
total) que dijeron haber seguido el debate. Se me antoja un número un
poco pequeño para ser representativo; quizá las particularidades por
regiones, intereses, grupos demográficos todavía distorsionan bastante
los resultados a este nivel… Mi lectura es que Rosa
Díez (y por extensión
UPyD) es la que mejor conecta con
los ciudadanos… cuando tiene la oportunidad de llegar a los ciudadanos
(un poco más abajo aclaro este matiz). Pero para que fuese una ganadora
clara, además de puntuar alto en las primeras dos gráficas también
debería recabar pocos votos en las gráficas negativas (las que indican
intervenciones «bastante malas» y «muy malas»), y eso no ocurre. En mi
opinión, si su nombre aparece en cabeza también en votos negativos
(siendo como es una representante «minoritaria») es porque su mensaje es
más honesto que el de aquellos políticos que suavizan sus opiniones (e
incluso las maquillan según la ocasión) para complacer a un mayor número
de personas. La siguiente pregunta (también solo para gente que siguió
el debate) arroja resultados parecidos para Rosa Díez. En este caso la
pregunta fue: «en relación con lo que dijo cada líder político,
¿podría decirme si está usted de acuerdo…?» y las cuatro respuestas
son, respectivamente, «con la mayoría de las cosas que dijo», «con
bastantes de las cosas que dijo», «con pocas de las cosas que dijo»,
«con nada o casi nada de lo que dijo».
A algunos nos sorprenden poco y nos alegran bastante estas cifras. Y no porque las propuestas de UPyD ganen legitimidad a nuestros ojos en función del apoyo popular del momento, sino simplemente porque una tendencia continuada a ganar simpatía entre los ciudadanos implica más votos, más representación parlamentaria y más influencia para el partido. A quien haya seguido las encuestas de popularidad de los principales líderes políticos durante el último par de años (con Rosa Díez sistemáticamente en el primer o en el segundo puesto a nivel nacional) no le resultará extraño ya ver al partido con un único escaño destacando en el debate sobre el estado de la nación por encima de los dos partidos grandes tradicionales. El resultado realmente importante, y quizá sorprendente, lo he dejado para el final. Las dos gráficas anteriores reflejan respuestas cuando al encuestado se le pregunta por todos los representantes parlamentarios, uno por uno. Por ejemplo, «¿cómo le parecieron las intervenciones a lo largo del debate de Francisco Jorquera?» («¿y quién es ese?», respondería yo :¬) Pero, ¿qué pasa cuando se pregunta a bocajarro por un ganador, sin ofrecer una lista de nombres para elegir? Parecería lógico que Rosa Díez estuviese otra vez en cabeza, ¿verdad? Estas son las respuestas a la pregunta «¿Quién cree que ha ganado el debate?»:
Este es el fenómeno al que aludía más arriba: los ciudadanos se identifican con el mensaje de Rosa Díez a pesar de que sigue siendo una desconocida, en términos relativos. Si no se menciona su nombre, los encuestados siguen recurriendo mecánicamente al presidente del gobierno y al líder de la oposición (y al representante de CiU, cuyas intervenciones son tradicionalmente percibidas como elegantes y pintorescas en todos los debates sobre el estado de la nación). Si UPyD no ha llegado más lejos ya es solo porque los ciudadanos no tenemos bien presentes todas las opciones. La segunda reflexión es que los ciudadanos diferenciamos conscientemente entre quién nos ha gustado más a nosotros y quién creemos que «ha ganado». Mientras los votantes sigamos plegándonos a las preferencias que nos venden como mayoritarias y deseables los propios partidos (y sus grupos mediáticos respectivos) no eliminaremos ese escalón anómalo que por desgracia todavía separa a «los mejores» de «los ganadores».