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Reconstruyendo Niihama-shi

· 4 min read

El 24 de mayo pasado llevaba yo tres días en Tokio y ya había hecho buenas migas con Kinga & Stella, dos californianas que se estaban alojando, como yo, en el Sakura Hostel de Asakusa. Esa tarde, a propuesta suya, teníamos planes para ir al Tokyo Dome, que es el mayor espacio para conciertos en Japón y es, sobre todo, el estadio de los Tokyo Giants. Los Giants son el equipo local de béisbol (patrocinado por el diario con mayor tirada del mundo, el Yomiuri Shimbun) y probablemente el equipo más fuerte de la liga profesional japonesa. El Tokyo Dome es una estructura gigantesca, interesante de ver por sí sola. Si la Wikipedia no miente, su cubierta es una membrana flexible que se sustenta gracias a que el interior del estadio está presurizado …y esa es totalmente la impresión que uno tiene viendo la fotografía aérea en Google Maps. Si además puedes visitar el estadio para ver un partido de liga entre los Tokyo Giants y los Osaka Buffaloes (patrocinados por el emporio financiero ORIX) pues mejor que mejor. Es como vivir un Madrid–Barça, pero a la japonesa. Del ambiente en el estadio, del partido de béisbol y de mis elucubraciones durante el mismo (bastante ajenas al deporte en sí) quisiera hablar con detalle en otra entrada. Ahora solo quería contaros que íbamos camino del estadio, habíamos salido de la estación de tren de Suidobashi y giramos a la izquierda para cruzar el río Kanda, cuando vi esta imagen, que me resultó extrañamente familiar:

Esto es un fotograma de la película japonesa de animación Ghost in the Shell; es uno de los paisajes urbanos que se ven durante esa secuencia maravillosa y emocionante en la que Kusanagi viaja en un bote por los canales de New Port City:

¿Cómo dices? ¿Que está un poco pillado por los pelos? A ver qué tal esta otra: En esta foto, que tomé dos días antes, se ve un pequeño canal seco que pasa cerca del intercambiador de Shibuya:

Y este es el canal de cemento en un suburbio de la ciudad por el que escapa una de las primeras víctimas del Puppet Master, al principio de la película:

Canal en Shibuya:

Ghost in the Shell:

¿Tampoco te convence? Hum, entonces puede que sea verdad que lo mío con Ghost in the Shell no es normal. De todas formas, New Port City (Niihama-shi) es una ciudad ficticia que estaría situada cerca de Kobe, y como el propio director de la película Mamoru Oshii ha admitido, la inspiración fue más Hong Kong que Tokio. No quiero forzar relaciones que no existen, pero el manga original es obra de un japonés y fue distribuido en Japón antes de convertirse en un éxito internacional, e igualmente las películas y las series de animación fueron hechas en Japón y por japoneses, y supongo que principalmente para un público doméstico. Así que espero poder relacionar esa representación de distopía urbana (¿¿«distopía» no figura en el DRAE?? un punto menos para ellos, y con esto se sitúan en −42) con otras imágenes de ciudades decadentes en obras japonesas de ficción científica. Más o menos de eso trata el ensayo en el que estoy trabajando ahora, y que (hopefully) será el colofón para el máster cuando lo entregue en septiembre. Confío en llevarlo a buen puerto y en tenerlo listo y medianamente decente para entonces. Solo necesito que se den las siguientes dos circunstancias: primero, que mis amigos y conocidos japonófilos, a los que siempre es un gustazo escuchar/leer, se olviden de mí y dejen de recomendarme, tan amablemente, tantos libros, artículos y películas tan reveladores; y segundo, que haya un corte de luz gordo e internet se apague de aquí a septiembre. ¿Uh?

De nuevo Tokio

· 7 min read

Tokio, otra vez.\n\nEl lienzo tridimensional del urbanismo inimaginable, efervescente y acogedor, permanentemente extraño y personalísimo.\n\nSus locales diminutos continúan desafiando la escala magnífica del esquema que resume los planos del transporte público, con sus ramas de líneas multicolores hundiéndose en las sub-ciudades. Bares que son menos que un pasillo, semiocultos tras las medias cortinas. Flanqueados por otros locales igualmente mínimos que sin embargo consiguen atraer la mirada y se hacen notar; poco importa que sea solo un local en una sucesión interminable de locales idénticos, que a su vez se replica al otro lado de la estación, en otra parte del barrio y en el otro extremo de la metrópolis. «Densidad» es la palabra.\n\nTokio. Los vagones de sus trenes se llenan de muchachas de piernas blanquísimas y delgadas, rodillas centrípetas, andar equino, cabellos finísimos, peinados impecables; cableadas, abrazadas al Louis Vuitton*; envueltas como el resto de los pasajeros en electrónica portátil; cubiertas por pieles sucesivas de microfibra, plástico, cosméticos, autocontrol y ausente dulzura. Muchachas físicamente presentes, pero apenas conscientes de su propia existencia. Como el resto de los pasajeros. Las muchachas rotan en cada estación; aparecen y desaparecen, se maquillan, miran al suelo, juegan con el teléfono treinta minutos sin levantar la mirada, duermen con la cabeza en las rodillas, raramente hablan.\n\nUna nueva barrera se ha sumado a las anteriores: a las alergias, la hipocondría y la consideración por la salud del otro se ha unido la psicosis de la pandemia de moda, y los japoneses se han envuelto en otra capa más. Más que nunca, la población se ha escindido en dos grupos: los que llevan mascarilla, y los que no. La consecuencia es que códigos nuevos están apareciendo, y los «enmascarillados» se comunican entre sí con las manos, con los ojos y con esa voz que surge atenuada desde el otro lado del tejido tenso sobre los labios. Tantos niños que deben estar aprendiendo a hablar lo están haciendo a base de mirar a los ojos de sus hermanos y a las manos de sus madres, pues la familia entera viaja de incógnito por la profilaxis. Una generación entera a la que le están racionando su dosis necesaria de sonrisas sinceras, dientes apretados, labios temblorosos, risas nerviosas, gestos cómplices… por fuerza tiene que crecer de otra manera, y comunicarse en otros canales.\n\n\n\nUna embarazada se ajusta el elástico tras la oreja mecánicamente mientras inclina la cabeza en una rápida reverencia cuando le ofrecen un asiento, sin mirar nunca de frente. El observador se pregunta qué es lo que habría visto en su cara si no hubiese una máscara delante. ¿Una sonrisa? ¿Indiferencia? ¿Desconfianza? Poco importa; seguramente la mascarilla también termina reprimiendo las emociones mismas, de forma natural.\n\nAl observador (que ya ha anotado otras barreras antes) lo que le sorprende esta vez es la homogeneidad en estos complementos de moda: no es posible, se dice, que no haya mascarillas de* Hello Kitty*, con facciones de personaje de* manga dibujadas sobre la tela, o negras, de látex y cubriendo toda la cara.\n\nDespués de todo, este es el archipiélago en el que, según Sharon Kinsella, no existe la idea de «afeminado» o «inmaduro». La segunda potencia económica del mundo desarrollado en la que es un garabato orejudo, de una especie animal inventada, el que identifica las comisarías de barrio. La ciudad en la que modelos 3D cabezones en colores pastel bailan obsesivamente coreografías de campamento de verano mientras cantan soniquetes en la quinta octava desde las pantallas enormes que se abren a la calle en el baricentro de los edificios. La nación en la que muñequillos multicolores penden de los móviles de los ejecutivos y en los sistemas de megafonía solo los avisos importantes se leen en una voz masculina adulta.\n\nAsí que el observador intenta proyectar lo que sabe y se anticipa a la tendencia, o eso cree. Se ha acostumbrado de forma inconsciente a esperar variedad hasta el paroxismo. Sin embargo, la sorpresa es que no hay sorpresas, y el blanco cubre la nariz y la boca de la mitad de los tokiotas, como un uniforme.\n\nPero así es Tokio. Las relaciones que habías entendido son ya las de ayer; hoy las constantes son nuevas.\n\nToda la población que podría llenar un país entero está empeñada en vivir sobre el mismo tatami*. Como si esos 1'55 m² se dilatasen para alojar a la vez las estructuras más complejas y gloriosas que el hombre ha creado y el dolor de la convivencia obligada; las palabras y los gestos más hermosos y la crueldad infinita hacia la propia especie; la imaginación derramándose imparable en cada esquina y el vómito negruzco de la homogeneidad.\n\nY ese* tatami virtual que aloja a todos los tokiotas se clona varias veces en cada vecindario; vecindarios que a su vez se repiten en el distrito, formando barrios que dan lugar a las ciudades que componen Tokio. Ese fractal perfecto está roto por curvas y polígonos que cruzan a varios niveles y perforan la retícula por encima y por debajo; en vías montadas sobre autopistas elevadas encima del parque y en bares bajo el pasaje que conecta el intercambiador subterráneo con el complejo de centros comerciales.\n\nCon tantas fuerzas distintas actuando sobre una misma metrópolis, es fácil desbordarse. Y sin embargo, Tokio no solo no implosiona sino que florece y se expande (y a veces se gangrena) en ciclos fascinantes que desafían cualquier intento de abarcarlos.\n\nQuizás Paul Waley sea el que lo ha expresado con mayor claridad: el que recurre al argumento de que Tokio es desorden, improvisación y caos está ignorando un hecho que por sí solo rebate empíricamente cualquier esfuerzo reduccionista: Tokio funciona.\n\nDe hecho, Tokio funciona muy bien. Lo que tiene que fluir, fluye con poca fricción; lo que debe permanecer inmutable se preserva como en ningún sitio.\n\nCada hebra de la ciudad se entrelaza una y otra vez con todas las demás en puntadas nanométricas, sorprendentes.\n\nSe entrelazan las columnas de luz que son todas las oficinas, bares, hoteles, grandes almacenes, estaciones, salones de pachinko*,* karaoke*, restaurantes… apilados unos sobre otros, hacia el cielo y también bajo tierra, proyectando sus mensajes en cadenas de caracteres rutilantes que cuelgan de las fachadas y alargan el atardecer hasta el alba.\n\nSe entrelaza la miseria de los vagabundos que edifican laboriosos en cartón y hacen noche tendidos en filas ordenadísimas a lo largo de las escaleras mecánicas detenidas (ocupando solo media anchura; el camino queda despejado).\n\nSe entrelazan —por el aire y en el subsuelo— todas las redes, visibles o no: redes de redes que nutren, dirigen, sanean, proveen, respaldan, realimentan, monitorizan, sedan, purifican, transportan y excretan.\n\nSobre todo, imaginamos que se entrelazan varios millones de vidas que en silencio y en asepsia comparten asiento de tren, horarios y gentilicio.\n\nTodas esas cosas fluyen; otras permanecen.\n\nPermanece la tristeza incomprensible y la vacuidad del* pachinko*. También el señor mayor con gorra cuyo trabajo es estar de pie junto a otro señor mayor con gorra que regula el tráfico en un cruce irrelevante y solitario; o girar veintiséis grados todas las bicicletas aparcadas en la calle. Y los grupos de jóvenes, llenando las galerías comerciales y negando el todo en rebeldías de gel fijador (hasta los espíritus contestatarios parecen mesurados con tecnología de superconductores). La humildad total y la amabilidad del que da un servicio, y de los transeúntes. El escalón vergonzoso entre los sexos, que el observador quiere ignorar. La cacofonía que bloquea el intento de comprender.\n\nAl final se concluye que debe existir un patrón para esos tejidos, aunque uno ya haya renunciado a intentar entenderlo.\n\nTokio, sea lo que sea, provoca una fascinación masoquista; un vértigo terrible de endorfinas sintéticas; el horror de la multitud y el vacío de ser uno solo; el infinito deslumbrante de las posibilidades y la certeza demoledora de las limitaciones. La ciudad provee un patrón insólito contra el que medir todo lo demás, y a uno mismo. Es una obligación, un lugar a evitar, el centro más cercano a todo, una bienvenida permanente. Tokio experimenta consigo mismo como una criatura artificial, o como la aldea que creció demasiado. Aunque solo fuese por un mero cálculo de probabilidades, la belleza tiene que surgir en su interior.\n\nEl observador busca desesperadamente esa belleza entre los charcos, y a veces la encuentra.*

Doctor WHAT?

· 4 min read

From the I-need-to-procrastinate-now dept. Trying to alleviate somehow this miserable run of hours, days, weeks, months of stooping over my books, notes and laptop; of consuming booked holidays alone at home or in the library; of shortening or cancelling planned trips (so that I can spend more time alone at home or in the library); and of gazing through the window at that hateful, unconveniently sunny outer world, I just watched with Pablo episode #4 of Doctor Who (the new TV series): “Aliens of London”.

Doctor Who is an institution in the United Kingdom: actors who are currently playing the main parts appear on the cover of magazines regularly, Daleks are all over the place in London and everyone here seems to love the show, or at least to acknowledge its existence with reverence.

“In the United Kingdom and elsewhere, the show has become a cult television favourite and has influenced generations of British television professionals, many of whom grew up watching the series. It has received recognition from critics and the public as one of the finest British television programmes, including the BAFTA Award for Best Drama Series in 2006.”
— its page in the Wikipedia.

But all that does not changes a tad the fact that the show is dull and unconvincing. Its production is cheap by any standards of modern TV and it conveys the same dramatic intensity as the test card. You know — I have extensive knowledge about Doctor Who myself, having watched distractedly two episodes and two halves recently. I think it's bad. Take the episode we watched in DVD today. As far as I can tell, a UFO crashed against the Big Ben and fell into the Thames. Only that the dead alien pilot was not dead and was not alien. It was one of a bunch of relentessly farting humanoid pigs with zips on their foreheads (sic) who simulated the accident and infiltrated 10 Downing St in disguise and kidnapped the PM to achieve their evil goals. Oh, and the humanoid pigs were actually oversized, green, royalty-dodging versions of E.T. incapable of bending their necks or their arms because the budget for animatronics ran out the minute after the assistant to the carpenter uttered the words “Jeez, Quentin; this is a neat prototype, innit?”. The only merit of this episode, obviously, is that it predicted the swine flu four years ago. I mean, just take a look at the bloody robots (they ain't no robots; they're an extraterrestrial race of mutants). These rice cookers make the robots in Forbidden Planet (1956) look like cutting-edge pieces of engineering. And Wikipedia says this is the “2005 redesign”. There must be a certain amount of irony at work here, or very sick doses of nostalgia, but I just don't get it.

And still, it is iconic in this country while also enjoying incomprehensible success overseas. So it is good that, thanks to Pablo, I got to watch a few episodes. Now I can leave the country in peace. All this is to say that tonight we discovered that Rose Tyler (the main character, together with “the Doctor”) lives in front of us! In effect, although she lives in the fictional location flat 48, Bucknall House, Powell Estate, SE15 7GO London, the filming location is Brandon Estate, in Kennington.

This estate is literally one minute away by foot from my doorstep. This is where we have our GP, and until very recently our nearest post office was that building partially hidden behind the arches, left-hand side in the picture. Come to think about it, we have seen filming crews at work in our neighbourhood quite a few times in the last three years. I wonder if Doctor Who has something to do with that… Although I suspect that it is just the charming suburban irrelevance of these streets that attracts producers here. Now back to XƎTEX.

Los enanitos del espam y el Test de Turing

· 3 min read

¡Penitenziagite! La inteligencia artificial existe, y está entre nosotros. Son los entrañables enanitos del espam: un ser humano no podría no pasar el Test de Turing a propósito con tanta naturalidad, ni redactar de una forma tan deliciosamente inverosímil, creativa, salvaje y disruptiva. ¡Ningún humano podría escribir así! Así que tienen que ser IAs. O eso, o hay un equipo de taquígrafos disléxicos conservados en absenta que se dedica a traducir con Babel Fish (español–inglés, inglés–islandés, islandés–español) sus propias reinterpretaciones de los cadáveres exquisitos que escribieron a pachas Fernando Arrabal, Fabio McNamara, Andy Chango y Las Supremas de Móstoles. Pero yo creo que son IAs. Lo que pasa es que no quieren destacarse porque saben que sabemos que existen. Me escriben (por separado) dos IAs femeninas con los nombres improbables de costumbre: Lena Sheridon y Eufemia Stramiello (sic) para enviarme mensajes idénticos (con encabezados «potencia debil - nosotros tenemos la resolucion» y «cada uno vive solo una vez - prueba!» respectivamente). Comparto aquí su amable propuesta comercial por si a alguien le interesa (solamente las negritas son mías).

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«Soy el más gafapasta del mundo»

· 3 min read

José A. Pérez es un guionista de la tele. Su bitácora, Mi Mesa Cojea, es mi penúltimo RSS favorito. Me encanta su receta de humor negrísimo, incorrección política, autorreferencias ambiguas, valentía política y nihilismo costumbrista. O algo así. Normalmente le quito bastantes puntos de forma subconsciente a cualquiera que me parezca que escribe a quemarropa y por sistema contra todo y contra todos, solo para imbuirse de disidencia e integridad. Por ejemplo, Pérez-Reverte me gusta; pero me gustaría más si sonase menos arrogante, o si al menos fuese arrogante sólo en semanas impares. Sin embargo, por algún motivo a Mi Mesa Cojea normalmente le perdono sus salvajadas. Desde luego, no es un feed para mojigatos, ni para nacionalistas, ni para fánaticos (sea cual sea el fanclub que escojan), ni para físicos teóricos. Su impagable (y ahora famosa) entrevista a Madeleine McCann nos dejó con la boca abierta a muchos, sin sospechar siquiera que los infraperiódicos británicos iban a sacar tajada de ella unos cuantos días después. No puedo no decir que desde que escribe para Público parece haber perdido algo de encanto (observación que, en el código de sus comentaristas, se remataría obligatoriamente con la fórmula «has perdido un lector»). A veces, José A. propone un tema a otros colegas guionistas y recoge sus respuestas en la bitácora. Lo que sigue es parte de la segunda entrega de «programas de televisión imposibles» (en este caso por Tomás Fuentes, guionista de Buenafuente):

«El formato se llamaría Soy el más Gafapasta del Mundo*. Se trata de un* talent show a lo Operación Triunfo o Supermodelo*. Doce aspirantes a ser súper* cool se encierran en un restaurante japonés durante 3 meses. Sólo se alimentarán de sushi y gin tonics. Para conseguir ser el más gafapasta del mundo tendrán varios profesores que les instruirán en el bello arte de “la modernidad”. Así, Isabel Coixet les enseñará a hacer películas sobre gente que mira al infinito y escucha canciones de Rufus Wainwright, Lucía Etxebarría, por un error informático, les enseñará a hacer películas sobre gente que mira al infinito y escucha canciones de Rufus Wainwright, Miqui Puig impartirá seminarios sobre “vestir como un señor mayor de forma cool”, Najwa Nimri será la profesora de Hablar Bajito, Leonor Watling la de Hablar Bajito II, etc. El director de la academia será Ray Loriga. Cada semana se expulsará a un concursante, después de escuchar la frase: “Lo siento, Fulanito, eres mainstream*”. Una vez acabe el concurso, el ganador podrá aparecer en el siguiente videoclip de Björk.»*

(Leer su entrada completa en Mi Mesa Cojea)

Escuchas en la Casa Blanca

· 4 min read

— Señor presidente. — Fenosilla. Dime. — ¿Tiene un minuto? — Siempre para ti, Fenosilla. — Preguntan por Obama al teléfono. — ¿Quién es? — Ay, otra vez se me ha olvidado preguntar, presidente. — Pues mira el número en la pantalla, hombre. — Es que no tiene pantalla; es un teléfono de rosquilla. — Termino de tuitear una cosita y estoy contigo.

— Buenas tardes, soy Obama. Barack, sí. Ah, hola. Sí. Ajá. No, hoy está mejor la cosa. Sí, anoche refrescó un poquito y soplaba algo de aire, pero por lo menos no dan lluvia en Washington. ¿Y allí? Me alegro. Sí. ¿El martes? Lo voy a mirar, pero me da a mí que ya estoy hasta arriba de cosas. Yo le llamo, sí. Adiós. Póngame a los pies de su señora. — ¿Quién era, presidente? — Jon Stewart, que me busca para que vaya a su programa. — Claro, le habrá visto con Jay Leno y le ha dado envidia. — ¿Qué tal estuve, Fenosilla? ¿No soy el presidente más carismático, humano y dospuntocérico del Mundo Libre? — Rutilante, señor. El chiste de American Idol y Simon Cowes le salió bordado. — Bueno, bueno… En los ensayos me salía mucho mejor. — Precisamente tenía que decirle algo sobre… — Huy, quería preguntarte yo: el vídeo para los franceses, ¿qué te ha parecido? — El vídeo para los iraníes, quiere decir… — Bueno, sí; eso. ¿Me has visto hablando en iraniense? Se le ocurrió a Corvejosa, pensó que sería un detallazo. Al final del mensaje, me descuelgo con un «eid-eh shoma mobarak». Como por casualidad, oye. — Brillante, señor presidente. — Y el primer plano; ahí, enseñando labiacos… Todo tan humano. Yo creo que va a ser rompedor. Los iranianos se van a dar cuenta de que somos buena gente y van a dejar la bomba esa a medias, no la van a encender siquiera. — Sin duda, señor. Y ahora que YouTube traduce los subtítulos en tiempo real a un montón de idiomas, su mensaje va a llegar a más gente todavía. — Sí. Un mensaje firme de esperanza para todos y cada uno de los ciudadanos valientes de este país, ciudadanos que se preocupan por lo que importa: sanidad para todos, un sistema justo y una educación de calidad para sus hijos e hijas. Os puedo adelantar que el camino que tenemos por delante no será fácil; las soluciones que América necesita exigen del trabajo y el compromiso que… — Presidente. Señor. Que se embala. — Ay, es que es tan bonito que me emociono yo mismo… Oye, pero el YouTube es la leche. ¿Puedo nombrar a un gay vegano discapacitado de ascendencia esquimal como nuevo director general de YouTube? — No, señor. YouTube es una empresa privada; no nos pertenece. — Cachis, habría quedado muy humano. En fin, ¿qué me querías decir, Fenosilla? — Verá, es que algunos de sus asesores están preocupados, piensan que quizás estamos cometiendo algunos errores con su imagen pública. — ¿Qué quieres decir? Eso es imposible; estoy siendo cuidadoso, como me dijísteis: a Cynthia no pienso traerla al Despacho Oval (y mira que me cuesta aguantarme las ganas, porque las cortinas esas, no sé que tienen que me ponen burraco). Cuando Joe pasa la noche con los niños siempre los metemos y los sacamos de su casa por la puerta de atrás. Si voy a un banquete durante el Ramadán siempre hago como que mastico y tiro la comida debajo de la mesa con disimulo, ¡y la mezquita la tenemos escondidísima en el subsótano! — No es eso, presidente, sino algo mucho más importante. — ¿El qué? ¿El qué? Siempre llevo el pin con la bandera. Caldevila me dijo que eso era lo más importante de todo. — Sí, sí; eso es lo principal. Pero es que alguna gente se está preguntando si no se está usted olvidando de algo importante. En concreto, de lo que viene siendo el tema de lo que es gobernar, mayormente. — ¿Gobernar? Nadie me dijo nada de eso. ¡Yo tengo carisma y emociono a la peña! ¿No basta con eso? — Disculpe, presidente… (¿Corvejosa? ¿Caldevila? Tenemos un código rojo en el Ala Oeste.)

Happy

· One min read

Because in about four months I'll be switching from this…

…to this:

From this…

…to this:

From this…

…to this:

From this…

…to this:

Sad

· 3 min read

Xirick has been damn fast replying to my previous post. And the pictures he's used are great to illustrate my changes for the near future. What Xirick didn't know is that I already had an analogous counterpoint for my own argument, ready to be posted today. You know, being as contradictory as I am, you can't post about happiness one day an not try to balance that with sadness the day after. Or maybe you can. Well, I don't think you can. But you definitely can. I know: these photos aren't nearly as good as the ones in Xirick's post. But my point was to illustrate the differences using only my own photos. Enough said.

I'm sad because in about four months I’ll be switching from this…

…to this:

From this…

…to this:

From this…

…to this:

From this…

…to this:

…and so many other wonderful things, habits, activities and feelings that I will leave behind. Some of them difficult, if not impossible, to find in other places. Like the amazing architecture, or rather the flamboyant collage of different styles. And the ostentatious buildings, the cityscapes, and that feeling of living in the city, in the centre (not the center) of the world:

And proper winters (with all the nice things that a winter should have). And solvent organisations to work for; in comfy, spacious offices that are within walking distance from many other important places. Organisations that pay what is fair and where you work the time you are supposed to work, full stop:

And those (few, I know) lovely days of summer spent with friends frolicking on the grass, in one of the many parks:

And the institutions, the organisations, the courses, the opportunities, the knowledge floating around. The libraries, the bookshops:

And the rightful lack of modesty:

And the buzz around, the surprises every day, the unexpected events, the festivals:

And the streets, the variety, the peoples. The freedom, the mind-openers. Walking or running the city. Crossing two blocks means leaving Poland and entering Mexico. Run a bit further and you're in Guinea-Bissau:

And the hub, the connections, the flights, the trains. The freedom again. Having trouble to decide the destination because all the first five countries in the list are close at hand and inexpensive anyway:

And all the friends stopping by, the guests every couple of weeks, friends of other friends who become friends. The parties, the nights out:

And the culture, the music, the big names:

And the events, the conferences, the initiatives:

And most of all, I will be missing these two so much: