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One more on journalists who don't understand blogs

· 2 min read

To Anna Mikhailova With regards to your outing, I strongly condemn the threats you suffered, the harassment and the undoubtedly reprehensible manners. I believe that most bloggers, if asked, would disapprove of that too. That said, I don't quite understand what is the problem with your own outing per se. If three years ago you and your editor judged that it was in the public interest to expose, so prominently, the identity of a thitherto anonymous blogger, then surely you would accept that the public themselves decided that your own outing was relevant news to them, too. Just explain to us how did your piece of news help society, the public interest or the credibility of blogs. You do make a point when you say that the anonymity of bloggers should not be “always absolutely guaranteed”. But you forget that that is not the cause that needs to be fought for: in most countries there are already legal means to take down a web site, and to (try to) identify its authors — only that it is judges (and not journalists) who are to decide when there is ground for suspicion of illegal contents or activities, and therefore for a blogger to be “unmasked”. To bring up such a noble argument to justify your attack against a law-abiding adult who simply writes about her own private life only serves to pervert the fight for free speech on the net within the boundaries of legality.

Ricos gilipollas

· 6 min read

Estoy indignado, sobrecogido, escandalizado, alarmado después de ver el reportaje del programa «Comando Actualidad» (TVE) «¿Los ricos también lloran?». Quiero pensar que la muestra está sesgada; que solo los ricos gilipollas (los ricos sin estilo, los ricos malvados, los nuevos ricos, yo qué sé) se rebajan a representar así su papel delante de unos reporteros. (Reporteros torpes, además, que les siguen para ratificar las frases hechas que ya tenían en la cabeza cuando salieron de la redacción). Los ricos que salen en este reportaje son tan odiosos, superficiales, desconectados de la realidad, hipócritas, psicópatas y caricaturescos que tienen que ser actores. Pablo me acaba de decir lo mismo, que también ha pensado que son actores. Mirad y escuchad a la alumna aventajada de Carmina Ordóñez alrededor del minuto veinte, y flipadlo. En otras palabras: debe haber otros ricos «normales»; razonables, sensibles, discretos. Gente que por lógica, pudor y sentido común no se enseñaría a toda España comportándose como críos, derrochando cantidades que saben (porque los ricos razonables sí lo saben) que son ofensivas para el ciudadano medio. Espero que esos ricos razonables sean la mayoría. En otro orden de cosas: será porque veo televisión made in Spain con cuentagotas y por eso lo noto más, pero ese estilo uniforme de televisión reporteril supuestamente dinámica e impactante, que intenta parecer espontánea y no intrusiva… ese estilo de televisión es ridículo, aburrido y más falso que el cutis de las entrevistadas en el reportaje. Esos encuentros espontáneos con los sujetos que no hay quien se crea (Hola, somos de «Comando Actualidad» / Ah, hola. ¿Qué tal? Bienvenidos, pasad); ese caminar rápido por la calle, mirando y hablando hacia la cámara; ese tirar de lugares comunes en lugar de parir frases originales (¿¿«los ricos también lloran»?? Por favor…). Y encima, me acuerdo de algún periodista que conozco, más creativo y mucho más hábil con el español que estos reporteros, y al que no dejan trabajar como tal…

— ¿Cuánto cuesta este barco? — Ahora poco, ¿eh? Ahora, lo que te den. — ¿Cuánto pides por este…? — Hombre, yo… si… la raya de los quinientos mil euros la darían, por este barco.

— Cristina, ¿tú a qué te dedicas? — Pues yo, imagínate… ¿qué es a lo que se dedica uno en Marbella? Lo mejor, lo mejor de todo. — ¿A vender casas de lujo? — A atender a los clientes mejores que busquen… sus sueños. Y que quieran comprar una casa en Marbella, o un apartamento. Por pequeño o grande que sea.

— Carmen, ¿usted durante el día qué hace? — Ay, ¡es que siempre me lo preguntan! Pues… pues lo mismo que tú: trabajar, divertirme cuando tengo un rato, estar con mis amigos… Yo, aunque me acueste a las tantas, siempre digo que me despierten a las nueve. Me pego el lujazo de desayunar en la cama, leer dos periódicos (todos los días)… y estoy una hora tranquila, recapacitando, despertándome, leyendo el periódico… viendo mi agenda, haciendo llamadas… Bueno; así empiezo. Luego ya me levanto, y a la guerra. — ¿Cuál es esa guerra? — Bueno, pues la guerra de las mil gestiones: qué hay que solucionar, qué hay que hacer… con abogaos, banco… eh… cosas que hay que terminar…

— ¿Esto cuánto puede costar? — ¡Es que esto no es un mercadillo, pa'estar dando los precios! — Pero hay gente que necesita saber cuánto vale, para ver si se lo puede llevar. — Pues vienen… vienen, ven cómo les queda, si les gusta… entonces deciden. — ¿Se ve comprando, por ejemplo, Carmen, en… en un rastrillo, por ejemplo? ¿O en un mercadillo? — ¿En un mercad–De esos que hacen en los puebl–Me divierten mucho–La verdad es que no he ido nunca, pero deben ser muy divertidos.

— Pero lo peor… porque… el pobre de siempre, que ha estao pidiendo, tal… bueno; está costumbrao. Pero lo peor es la pobreza en las personas que… bueno, que han tenido un trabajo, que viven bien y que de repente se encuentran… que les embargan la casa, que no tienen paro… ¡hay unos dramas…!

— Con el tiempo que llevas aquí, ¿te has quedado alguna vez con la boca abierta? — Cuando te enteras, ¿no? de… de la pasta que se ha dejao un tío, una noshe. O cuando… cuánto vale llenar el tanque, pa'irte a Mallorca (que es la hipoteca que tengo yo toa mi vida, ¿no? a lo mejor)… Y eso es pa'llegar allí nada más, después… — ¿Cuánto es eso? — No sé. Veinte mil, treinta mil, cuarenta mil euros… — ¿Un poquito de envidia sana, da? O… — Pues no te creas, ¿eh? Tampoco se les ve muy felices, ¿eh? Hay algunos que no tienen ni amigos.

— ¿Usted a qué se dedica? — Yo me dedic–Pues mira–Yo me dedico a mi casa y hago unas colaboraciones con una onegé por las mañanas. — ¿Y su marido? — Mi marido es arquitecto.

— Hola, chicas. ¿Qué tal? — Hola. — ¿Ese es vuestro champán [de 1,800 € la botella]? O sea, ¿vosotras ya habéis empezado la fiesta? — Siempre hay que empesarla desde temprano. — ¿A qué os dedicáis? — Estudiamos derecho. Derecho al… — ¿Derecho a qué? — ¡Derechito a la fiesta! Todos los días. — ¿Hábeis pagado vosotras la cama, o estáis invitadas? — Nosotras. Una firmita. La verdad, nuestros papás. Vamos a ser sinseras.

— Puedes pensarlo que es un derroche [jugar con botellas de champán a 1,800 € la botella], pero míralo desde la otra forma: si hay demasiao champán en el mundo yo lo cojo, hago una mezcla rarilla y lo meto en mi coche, que es diésel. Yo no bebo alcohol. Yo solamente quiero la botella. Lo que haya dentro, ¿qué quieres que haga con él? Me lo paso bien, pero también… también ayudo a mucha gente; yo tengo muchísimas obras de caridad que hago en el mundo entero… Y ya está, y esto es quizás… una forma de, a mí, pasarlo bien.

Yo también soy un rico gilipollas

· 6 min read

Maldita relatividad de las cosas. Anoche, justo después de publicar la entrada anterior, tuve una revelación: es muy probable que yo, y mucha gente con mi mismo nivel de vida, seamos «ricos gilipollas» para otras personas. Ahora mismo. Y con ese pensamiento incómodo me fui a la cama. Pero me dormí enseguida. Veamos. Yo me escandalizo y desprecio a un subconjunto de personas con un nivel de vida que está, digamos, dos órdenes de magnitud por encima del mío. La mayoría de mis amigos y conocidos, y yo, típicamente ganamos unas pocas decenas de miles de €/£ al año. Supongamos que los personajes que salen en «¿Los ricos también lloran?» ganan cien veces más. Es decir, unos pocos millones de €/£ al año. Ya sé que dos órdenes de magnitud no es tanto, y que a juzgar por su nivel de vida, algunos de los que salen en el reportaje ganarán mil o diez mil veces más que tú y que yo. Pero de momento eso no invalida mi razonamiento, así que quedémonos con un grupo de ricos «menos ricos» (concretamente de «ricos menos ricos pero aún así despreciables») y sigamos. Quede claro que no critico a ese tipo de ricos por tener ese dinero; los critico por lo que hacen con ese dinero, por enseñar lo que hacen con ese dinero de la forma en que lo hacen, por olvidarse completamente de que viven en una falda de la campana de Gauss y de que existe el resto de la curva, por desentenderse de la realidad y por presentar una imagen tan frívola y superficial. Hay ricos encomiables a los que no meto en esta categoría. No critico, por ejemplo, al hombre más rico del mundo, porque también es un filántropo formidable y porque (según sus apariciones públicas, sus declaraciones y lo que se puede leer sobre él) parece ser una persona muy consciente —y «humilde», dentro de lo que cabe— acerca de su papel en el mundo. El hombre más rico del mundo parece más campechano y más generoso que todos los ricos de pacotilla que aparecen en el reportaje de TVE (y sí; ya sé que es muy arriesgado juzgar el carácter y las intenciones de personajes tan distantes). Pero a la mayoría de los que salen en este reportaje sí los critico. Dos órdenes de magnitud. Si haces cuentas verás que para un porcentaje muy alto de la población del mundo, tú y yo somos tan ricos como estos ricos del reportaje lo son para nosotros. Cualquier persona que gane unos pocos cientos de €/£ al año es tan pobre para ti como tú lo eres para los ricos del reportaje. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, en su último informe sobre índices de desarrollo humano usa, entre otras, las líneas de pobreza de 1,25 $ al día y de 2 $ al día. Para ser dos órdenes de magnitud más rico que alguien que viva con ese dinero sólo tienes que ganar 33K € (28K £) al año y 52K € (44K £) al año, respectivamente. La pregunta es: ¿somos igual de gilipollas que los del reportaje? ¿O nosotros somos «ricos» generosos, discretos y con conciencia? Piénsalo. Tú y yo nos llevamos las manos a la cabeza porque estos ricos no hacen nada por sí mismos y están malcriados, acostumbrados a comodidades que nos parecen caprichos y derroches. Pero tú y yo la armaríamos gorda si de pronto en nuestra oficina nos quitasen el aire acondicionado. ¿O no? ¿Qué crees que pensaría de eso un congoleño, que es, con una probabilidad del 54%, cien veces más pobre que tú y que yo, y vive en un clima más hostil? Tú y yo nos burlamos de las respuestas que dan estos ricos cuando les preguntan a qué se dedican. Estos no saben lo que es trabajar, nos decimos. Ahora intentemos explicarle a esos casi tres millones de bolivianos que son cien veces más pobres que nosotros en qué consiste nuestro trabajo: de lunes a viernes y de nueve a seis, durante menos de once meses al año, nos sentamos en una oficina con todas las comodidades. Hablamos con otros y escribimos en un teclado. Para hacer las jornadas menos pesadas nos levantamos a charlar con otras personas o a tomar café. Si estamos resfriados, ese día no vamos a la oficina. ¿Cómo? No vamos a la oficina. Y ya está. Estos ricos abren latas de caviar de a tres mil euros la lata y se las comen solos en un minuto (y sin empujar con pan, que diría mi abuelo). Derroche, vergüenza, ostentación, inconsciencia. Ahora paseemos a uno de esos doscientos sesenta millones de chinos que son cien veces (cien veces) más pobres que tú y que yo por los interminables pasillos del supermercado mientras hacemos la compra semanal. Luego, al llegar a casa, le enseñamos también el cubo de la basura. Y tú, ¿qué estás haciendo para no ser un rico gilipollas? ¿O te vas a comprar un iPod nuevo porque el viejo tiene la pantalla un poco rayada, es que ahora los nuevos reproducen vídeo y son mucho más pequeños, tío… Siento que esta reflexión me salga en un tono tan agresivo, queridísimo lector. Acabo de gastarme en un viaje de placer de dos semanas el equivalente a tres años completos de salario de un habitante de Malawi. ¿Es mi razonamiento correcto? ¿En qué me estoy equivocando? Si esto es cierto, para afrontar la situación podemos elegir entre dos posturas extremas. La primera postura es dar por hecho que el entorno en el que uno se ha criado es «el normal», y que si quieres ser feliz no te queda más remedio que apartar la vista, olvidarte de que el cosmos es injusto y pedir otra ronda antes de que se haga demasiado tarde para entrar a la sesión golfa. El otro extremo es asumir profundamente la vieja sospecha que albergabas: que los códigos postales y las aduanas son una barrera artificial que no puede separarte de los explotados; que no te has ganado lo que tienes sino que te tocó en suerte; que existe dolor infinito; que tú también eres culpable del status quo y que, por ende, nunca serás feliz. Luego hay posturas intermedias, supongo. Pero esas parecen un mal compromiso, porque implican que las cosas solo cambiarán un poquito, y que además no puedes ser feliz. Yo creo que prefiero intentar ser feliz. Pero no sé.

Reconstruyendo Niihama-shi

· 4 min read

El 24 de mayo pasado llevaba yo tres días en Tokio y ya había hecho buenas migas con Kinga & Stella, dos californianas que se estaban alojando, como yo, en el Sakura Hostel de Asakusa. Esa tarde, a propuesta suya, teníamos planes para ir al Tokyo Dome, que es el mayor espacio para conciertos en Japón y es, sobre todo, el estadio de los Tokyo Giants. Los Giants son el equipo local de béisbol (patrocinado por el diario con mayor tirada del mundo, el Yomiuri Shimbun) y probablemente el equipo más fuerte de la liga profesional japonesa. El Tokyo Dome es una estructura gigantesca, interesante de ver por sí sola. Si la Wikipedia no miente, su cubierta es una membrana flexible que se sustenta gracias a que el interior del estadio está presurizado …y esa es totalmente la impresión que uno tiene viendo la fotografía aérea en Google Maps. Si además puedes visitar el estadio para ver un partido de liga entre los Tokyo Giants y los Osaka Buffaloes (patrocinados por el emporio financiero ORIX) pues mejor que mejor. Es como vivir un Madrid–Barça, pero a la japonesa. Del ambiente en el estadio, del partido de béisbol y de mis elucubraciones durante el mismo (bastante ajenas al deporte en sí) quisiera hablar con detalle en otra entrada. Ahora solo quería contaros que íbamos camino del estadio, habíamos salido de la estación de tren de Suidobashi y giramos a la izquierda para cruzar el río Kanda, cuando vi esta imagen, que me resultó extrañamente familiar:

Esto es un fotograma de la película japonesa de animación Ghost in the Shell; es uno de los paisajes urbanos que se ven durante esa secuencia maravillosa y emocionante en la que Kusanagi viaja en un bote por los canales de New Port City:

¿Cómo dices? ¿Que está un poco pillado por los pelos? A ver qué tal esta otra: En esta foto, que tomé dos días antes, se ve un pequeño canal seco que pasa cerca del intercambiador de Shibuya:

Y este es el canal de cemento en un suburbio de la ciudad por el que escapa una de las primeras víctimas del Puppet Master, al principio de la película:

Canal en Shibuya:

Ghost in the Shell:

¿Tampoco te convence? Hum, entonces puede que sea verdad que lo mío con Ghost in the Shell no es normal. De todas formas, New Port City (Niihama-shi) es una ciudad ficticia que estaría situada cerca de Kobe, y como el propio director de la película Mamoru Oshii ha admitido, la inspiración fue más Hong Kong que Tokio. No quiero forzar relaciones que no existen, pero el manga original es obra de un japonés y fue distribuido en Japón antes de convertirse en un éxito internacional, e igualmente las películas y las series de animación fueron hechas en Japón y por japoneses, y supongo que principalmente para un público doméstico. Así que espero poder relacionar esa representación de distopía urbana (¿¿«distopía» no figura en el DRAE?? un punto menos para ellos, y con esto se sitúan en −42) con otras imágenes de ciudades decadentes en obras japonesas de ficción científica. Más o menos de eso trata el ensayo en el que estoy trabajando ahora, y que (hopefully) será el colofón para el máster cuando lo entregue en septiembre. Confío en llevarlo a buen puerto y en tenerlo listo y medianamente decente para entonces. Solo necesito que se den las siguientes dos circunstancias: primero, que mis amigos y conocidos japonófilos, a los que siempre es un gustazo escuchar/leer, se olviden de mí y dejen de recomendarme, tan amablemente, tantos libros, artículos y películas tan reveladores; y segundo, que haya un corte de luz gordo e internet se apague de aquí a septiembre. ¿Uh?

De nuevo Tokio

· 7 min read

Tokio, otra vez.\n\nEl lienzo tridimensional del urbanismo inimaginable, efervescente y acogedor, permanentemente extraño y personalísimo.\n\nSus locales diminutos continúan desafiando la escala magnífica del esquema que resume los planos del transporte público, con sus ramas de líneas multicolores hundiéndose en las sub-ciudades. Bares que son menos que un pasillo, semiocultos tras las medias cortinas. Flanqueados por otros locales igualmente mínimos que sin embargo consiguen atraer la mirada y se hacen notar; poco importa que sea solo un local en una sucesión interminable de locales idénticos, que a su vez se replica al otro lado de la estación, en otra parte del barrio y en el otro extremo de la metrópolis. «Densidad» es la palabra.\n\nTokio. Los vagones de sus trenes se llenan de muchachas de piernas blanquísimas y delgadas, rodillas centrípetas, andar equino, cabellos finísimos, peinados impecables; cableadas, abrazadas al Louis Vuitton*; envueltas como el resto de los pasajeros en electrónica portátil; cubiertas por pieles sucesivas de microfibra, plástico, cosméticos, autocontrol y ausente dulzura. Muchachas físicamente presentes, pero apenas conscientes de su propia existencia. Como el resto de los pasajeros. Las muchachas rotan en cada estación; aparecen y desaparecen, se maquillan, miran al suelo, juegan con el teléfono treinta minutos sin levantar la mirada, duermen con la cabeza en las rodillas, raramente hablan.\n\nUna nueva barrera se ha sumado a las anteriores: a las alergias, la hipocondría y la consideración por la salud del otro se ha unido la psicosis de la pandemia de moda, y los japoneses se han envuelto en otra capa más. Más que nunca, la población se ha escindido en dos grupos: los que llevan mascarilla, y los que no. La consecuencia es que códigos nuevos están apareciendo, y los «enmascarillados» se comunican entre sí con las manos, con los ojos y con esa voz que surge atenuada desde el otro lado del tejido tenso sobre los labios. Tantos niños que deben estar aprendiendo a hablar lo están haciendo a base de mirar a los ojos de sus hermanos y a las manos de sus madres, pues la familia entera viaja de incógnito por la profilaxis. Una generación entera a la que le están racionando su dosis necesaria de sonrisas sinceras, dientes apretados, labios temblorosos, risas nerviosas, gestos cómplices… por fuerza tiene que crecer de otra manera, y comunicarse en otros canales.\n\n\n\nUna embarazada se ajusta el elástico tras la oreja mecánicamente mientras inclina la cabeza en una rápida reverencia cuando le ofrecen un asiento, sin mirar nunca de frente. El observador se pregunta qué es lo que habría visto en su cara si no hubiese una máscara delante. ¿Una sonrisa? ¿Indiferencia? ¿Desconfianza? Poco importa; seguramente la mascarilla también termina reprimiendo las emociones mismas, de forma natural.\n\nAl observador (que ya ha anotado otras barreras antes) lo que le sorprende esta vez es la homogeneidad en estos complementos de moda: no es posible, se dice, que no haya mascarillas de* Hello Kitty*, con facciones de personaje de* manga dibujadas sobre la tela, o negras, de látex y cubriendo toda la cara.\n\nDespués de todo, este es el archipiélago en el que, según Sharon Kinsella, no existe la idea de «afeminado» o «inmaduro». La segunda potencia económica del mundo desarrollado en la que es un garabato orejudo, de una especie animal inventada, el que identifica las comisarías de barrio. La ciudad en la que modelos 3D cabezones en colores pastel bailan obsesivamente coreografías de campamento de verano mientras cantan soniquetes en la quinta octava desde las pantallas enormes que se abren a la calle en el baricentro de los edificios. La nación en la que muñequillos multicolores penden de los móviles de los ejecutivos y en los sistemas de megafonía solo los avisos importantes se leen en una voz masculina adulta.\n\nAsí que el observador intenta proyectar lo que sabe y se anticipa a la tendencia, o eso cree. Se ha acostumbrado de forma inconsciente a esperar variedad hasta el paroxismo. Sin embargo, la sorpresa es que no hay sorpresas, y el blanco cubre la nariz y la boca de la mitad de los tokiotas, como un uniforme.\n\nPero así es Tokio. Las relaciones que habías entendido son ya las de ayer; hoy las constantes son nuevas.\n\nToda la población que podría llenar un país entero está empeñada en vivir sobre el mismo tatami*. Como si esos 1'55 m² se dilatasen para alojar a la vez las estructuras más complejas y gloriosas que el hombre ha creado y el dolor de la convivencia obligada; las palabras y los gestos más hermosos y la crueldad infinita hacia la propia especie; la imaginación derramándose imparable en cada esquina y el vómito negruzco de la homogeneidad.\n\nY ese* tatami virtual que aloja a todos los tokiotas se clona varias veces en cada vecindario; vecindarios que a su vez se repiten en el distrito, formando barrios que dan lugar a las ciudades que componen Tokio. Ese fractal perfecto está roto por curvas y polígonos que cruzan a varios niveles y perforan la retícula por encima y por debajo; en vías montadas sobre autopistas elevadas encima del parque y en bares bajo el pasaje que conecta el intercambiador subterráneo con el complejo de centros comerciales.\n\nCon tantas fuerzas distintas actuando sobre una misma metrópolis, es fácil desbordarse. Y sin embargo, Tokio no solo no implosiona sino que florece y se expande (y a veces se gangrena) en ciclos fascinantes que desafían cualquier intento de abarcarlos.\n\nQuizás Paul Waley sea el que lo ha expresado con mayor claridad: el que recurre al argumento de que Tokio es desorden, improvisación y caos está ignorando un hecho que por sí solo rebate empíricamente cualquier esfuerzo reduccionista: Tokio funciona.\n\nDe hecho, Tokio funciona muy bien. Lo que tiene que fluir, fluye con poca fricción; lo que debe permanecer inmutable se preserva como en ningún sitio.\n\nCada hebra de la ciudad se entrelaza una y otra vez con todas las demás en puntadas nanométricas, sorprendentes.\n\nSe entrelazan las columnas de luz que son todas las oficinas, bares, hoteles, grandes almacenes, estaciones, salones de pachinko*,* karaoke*, restaurantes… apilados unos sobre otros, hacia el cielo y también bajo tierra, proyectando sus mensajes en cadenas de caracteres rutilantes que cuelgan de las fachadas y alargan el atardecer hasta el alba.\n\nSe entrelaza la miseria de los vagabundos que edifican laboriosos en cartón y hacen noche tendidos en filas ordenadísimas a lo largo de las escaleras mecánicas detenidas (ocupando solo media anchura; el camino queda despejado).\n\nSe entrelazan —por el aire y en el subsuelo— todas las redes, visibles o no: redes de redes que nutren, dirigen, sanean, proveen, respaldan, realimentan, monitorizan, sedan, purifican, transportan y excretan.\n\nSobre todo, imaginamos que se entrelazan varios millones de vidas que en silencio y en asepsia comparten asiento de tren, horarios y gentilicio.\n\nTodas esas cosas fluyen; otras permanecen.\n\nPermanece la tristeza incomprensible y la vacuidad del* pachinko*. También el señor mayor con gorra cuyo trabajo es estar de pie junto a otro señor mayor con gorra que regula el tráfico en un cruce irrelevante y solitario; o girar veintiséis grados todas las bicicletas aparcadas en la calle. Y los grupos de jóvenes, llenando las galerías comerciales y negando el todo en rebeldías de gel fijador (hasta los espíritus contestatarios parecen mesurados con tecnología de superconductores). La humildad total y la amabilidad del que da un servicio, y de los transeúntes. El escalón vergonzoso entre los sexos, que el observador quiere ignorar. La cacofonía que bloquea el intento de comprender.\n\nAl final se concluye que debe existir un patrón para esos tejidos, aunque uno ya haya renunciado a intentar entenderlo.\n\nTokio, sea lo que sea, provoca una fascinación masoquista; un vértigo terrible de endorfinas sintéticas; el horror de la multitud y el vacío de ser uno solo; el infinito deslumbrante de las posibilidades y la certeza demoledora de las limitaciones. La ciudad provee un patrón insólito contra el que medir todo lo demás, y a uno mismo. Es una obligación, un lugar a evitar, el centro más cercano a todo, una bienvenida permanente. Tokio experimenta consigo mismo como una criatura artificial, o como la aldea que creció demasiado. Aunque solo fuese por un mero cálculo de probabilidades, la belleza tiene que surgir en su interior.\n\nEl observador busca desesperadamente esa belleza entre los charcos, y a veces la encuentra.*

Doctor WHAT?

· 4 min read

From the I-need-to-procrastinate-now dept. Trying to alleviate somehow this miserable run of hours, days, weeks, months of stooping over my books, notes and laptop; of consuming booked holidays alone at home or in the library; of shortening or cancelling planned trips (so that I can spend more time alone at home or in the library); and of gazing through the window at that hateful, unconveniently sunny outer world, I just watched with Pablo episode #4 of Doctor Who (the new TV series): “Aliens of London”.

Doctor Who is an institution in the United Kingdom: actors who are currently playing the main parts appear on the cover of magazines regularly, Daleks are all over the place in London and everyone here seems to love the show, or at least to acknowledge its existence with reverence.

“In the United Kingdom and elsewhere, the show has become a cult television favourite and has influenced generations of British television professionals, many of whom grew up watching the series. It has received recognition from critics and the public as one of the finest British television programmes, including the BAFTA Award for Best Drama Series in 2006.”
— its page in the Wikipedia.

But all that does not changes a tad the fact that the show is dull and unconvincing. Its production is cheap by any standards of modern TV and it conveys the same dramatic intensity as the test card. You know — I have extensive knowledge about Doctor Who myself, having watched distractedly two episodes and two halves recently. I think it's bad. Take the episode we watched in DVD today. As far as I can tell, a UFO crashed against the Big Ben and fell into the Thames. Only that the dead alien pilot was not dead and was not alien. It was one of a bunch of relentessly farting humanoid pigs with zips on their foreheads (sic) who simulated the accident and infiltrated 10 Downing St in disguise and kidnapped the PM to achieve their evil goals. Oh, and the humanoid pigs were actually oversized, green, royalty-dodging versions of E.T. incapable of bending their necks or their arms because the budget for animatronics ran out the minute after the assistant to the carpenter uttered the words “Jeez, Quentin; this is a neat prototype, innit?”. The only merit of this episode, obviously, is that it predicted the swine flu four years ago. I mean, just take a look at the bloody robots (they ain't no robots; they're an extraterrestrial race of mutants). These rice cookers make the robots in Forbidden Planet (1956) look like cutting-edge pieces of engineering. And Wikipedia says this is the “2005 redesign”. There must be a certain amount of irony at work here, or very sick doses of nostalgia, but I just don't get it.

And still, it is iconic in this country while also enjoying incomprehensible success overseas. So it is good that, thanks to Pablo, I got to watch a few episodes. Now I can leave the country in peace. All this is to say that tonight we discovered that Rose Tyler (the main character, together with “the Doctor”) lives in front of us! In effect, although she lives in the fictional location flat 48, Bucknall House, Powell Estate, SE15 7GO London, the filming location is Brandon Estate, in Kennington.

This estate is literally one minute away by foot from my doorstep. This is where we have our GP, and until very recently our nearest post office was that building partially hidden behind the arches, left-hand side in the picture. Come to think about it, we have seen filming crews at work in our neighbourhood quite a few times in the last three years. I wonder if Doctor Who has something to do with that… Although I suspect that it is just the charming suburban irrelevance of these streets that attracts producers here. Now back to XƎTEX.

Los enanitos del espam y el Test de Turing

· 3 min read

¡Penitenziagite! La inteligencia artificial existe, y está entre nosotros. Son los entrañables enanitos del espam: un ser humano no podría no pasar el Test de Turing a propósito con tanta naturalidad, ni redactar de una forma tan deliciosamente inverosímil, creativa, salvaje y disruptiva. ¡Ningún humano podría escribir así! Así que tienen que ser IAs. O eso, o hay un equipo de taquígrafos disléxicos conservados en absenta que se dedica a traducir con Babel Fish (español–inglés, inglés–islandés, islandés–español) sus propias reinterpretaciones de los cadáveres exquisitos que escribieron a pachas Fernando Arrabal, Fabio McNamara, Andy Chango y Las Supremas de Móstoles. Pero yo creo que son IAs. Lo que pasa es que no quieren destacarse porque saben que sabemos que existen. Me escriben (por separado) dos IAs femeninas con los nombres improbables de costumbre: Lena Sheridon y Eufemia Stramiello (sic) para enviarme mensajes idénticos (con encabezados «potencia debil - nosotros tenemos la resolucion» y «cada uno vive solo una vez - prueba!» respectivamente). Comparto aquí su amable propuesta comercial por si a alguien le interesa (solamente las negritas son mías).

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«Soy el más gafapasta del mundo»

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José A. Pérez es un guionista de la tele. Su bitácora, Mi Mesa Cojea, es mi penúltimo RSS favorito. Me encanta su receta de humor negrísimo, incorrección política, autorreferencias ambiguas, valentía política y nihilismo costumbrista. O algo así. Normalmente le quito bastantes puntos de forma subconsciente a cualquiera que me parezca que escribe a quemarropa y por sistema contra todo y contra todos, solo para imbuirse de disidencia e integridad. Por ejemplo, Pérez-Reverte me gusta; pero me gustaría más si sonase menos arrogante, o si al menos fuese arrogante sólo en semanas impares. Sin embargo, por algún motivo a Mi Mesa Cojea normalmente le perdono sus salvajadas. Desde luego, no es un feed para mojigatos, ni para nacionalistas, ni para fánaticos (sea cual sea el fanclub que escojan), ni para físicos teóricos. Su impagable (y ahora famosa) entrevista a Madeleine McCann nos dejó con la boca abierta a muchos, sin sospechar siquiera que los infraperiódicos británicos iban a sacar tajada de ella unos cuantos días después. No puedo no decir que desde que escribe para Público parece haber perdido algo de encanto (observación que, en el código de sus comentaristas, se remataría obligatoriamente con la fórmula «has perdido un lector»). A veces, José A. propone un tema a otros colegas guionistas y recoge sus respuestas en la bitácora. Lo que sigue es parte de la segunda entrega de «programas de televisión imposibles» (en este caso por Tomás Fuentes, guionista de Buenafuente):

«El formato se llamaría Soy el más Gafapasta del Mundo*. Se trata de un* talent show a lo Operación Triunfo o Supermodelo*. Doce aspirantes a ser súper* cool se encierran en un restaurante japonés durante 3 meses. Sólo se alimentarán de sushi y gin tonics. Para conseguir ser el más gafapasta del mundo tendrán varios profesores que les instruirán en el bello arte de “la modernidad”. Así, Isabel Coixet les enseñará a hacer películas sobre gente que mira al infinito y escucha canciones de Rufus Wainwright, Lucía Etxebarría, por un error informático, les enseñará a hacer películas sobre gente que mira al infinito y escucha canciones de Rufus Wainwright, Miqui Puig impartirá seminarios sobre “vestir como un señor mayor de forma cool”, Najwa Nimri será la profesora de Hablar Bajito, Leonor Watling la de Hablar Bajito II, etc. El director de la academia será Ray Loriga. Cada semana se expulsará a un concursante, después de escuchar la frase: “Lo siento, Fulanito, eres mainstream*”. Una vez acabe el concurso, el ganador podrá aparecer en el siguiente videoclip de Björk.»*

(Leer su entrada completa en Mi Mesa Cojea)